
Son las nueve de la noche de un sábado en que no trabajo y estoy en mi habitación, observando las cortinas, desilusionada porque nadie me llama. Ayer fui a ver un musical y mis mejores amigas no pudieron acompañarme por diversas razones. En estos días yo también he rechazado varias invitaciones a fiestas u otros compromisos, por trabajo, por mal humor o por planes que no se realizaban. Me han acusado de ser distante, de no prestar tanta atención a mis amigos como antes. Y tal vez sea cierto.
Parece que todos tenemos una sensación de decepción respecto a nuestras amistades. Tal vez no llaman o no pueden vernos o no quieren hacer aquello que nosotros queremos, y sentimos que algo va mal y que no es justo. Cuando mis amigos me dijeron que era fría y distante respondí que estaba ocupada (lo cual era cierto) con clases y trabajo y papeleo, que no podía centrar mi vida en ellos. Todos tenemos una vida propia y dejamos que en ella entren otras personas, pero casi nunca permitimos que la conquisten. Entendemos cuando nuestros amigos prefieren trabajar en vez de ir al cine o estudiar en vez de ir a tomar algo, pero a todos nos duele. A veces no reconocemos que cada uno de nosotros está haciendo lo mismo respecto a los demás. Dando más importancia a su vida como individuo que a su vida en sociedad... ¿Es eso algo negativo? No sé.
Cuando ocurre algo, en ocasiones especiales, nuestros amigos aparecen y nos ofrecen su ayuda y su abrazo, solucionan nuestros problemas o celebran nuestros éxitos. El año pasado, cuando estuve en el hospital, todos los días venía alguien a visitarme o me llamaban para ver cómo estaba. Cada vez que lo necesito, mis amigos hablan con mis profesores en mi lugar y arreglan mi vida académica. Recibo llamadas y felicitaciones en mi cumpleaños, y cada vez que regreso de mis viajes se ponen en contacto para verme. Pero ¿qué ocurre en los períodos en los que estoy aquí, en los que no sucede nada? ¿De verdad nos estamos distanciando todos poco a poco o es nuestra imaginación? Tal vez no es cierto que ahora damos prioridad a nuestra vida individual, al contrario, tal vez ahora necesitemos más que nunca a los demás y por eso nos sentimos tan solos, tan abandonados.
He leído los mensajes que recibí y envié mientras estaba en Inglaterra. Es cierto que todos vivíamos cerca, pero nuestros horarios no coincidían y debíamos esforzarnos un poco para vernos a menudo. Y lo hacíamos. Comprábamos comida y vino, nos reuníamos en la cocina de alguien y cenábamos todos juntos, con platos prestados y a veces compartiendo tenedores o vasos o lo que fuera necesario. Es cierto que había días en que no salía de mi habitación, pero siempre recibía mensajes o me llamaban por la ventana o Euri se colaba en mi cuarto para jugar al Risk. Conseguíamos que todos los días fuesen ocasiones especiales.
Tal vez lo que viví en UEA fue un universo aparte, no exactamente ficticio, pero tampoco exactamente real. Aquí es más difícil. Como de costumbre, siento atemorizada que el tiempo pasa y que nosotros hacemos lo que sea para ir a su ritmo, para que el futuro nos encuentre preparados. Pero ¿lo estamos? ¿a qué precio? Me da miedo que año tras año las ocasiones especiales en las que nuestros amigos de verdad están allí, en las que nosotros de verdad estamos allí, tengan que ser más y más especiales: bodas, muertes, divorcios, despidos, nacimientos... ¿Qué parte de nuestras vidas somos capaces de ofrecer a los demás? ¿Cuántas amistades estamos dispuestos a sacrificar para estar preparados?

No hay comentarios:
Publicar un comentario