Érase una vez una niña de ojos extraños que se fue volando al país de los romans, de las máscaras doradads, los helados deliciosos y los hombres engominados (ugh). Pasó allí dos semanas y todo fue maravilloso. Fue a Roma y paseó y paseó y paseó e hizo miles de fotos y vio los templos dedicados a los dioses de antaño. Fue a Venezia llovía y hacía frío y viento, pero la ciudad era mágica. Incluso asistió a misas para poder contemplar el interior de las bellas iglesias italianas. Y al termino de las dos semanas regresó volando a su pequeña habitación llena de recuerdos. Y estaba triste triste triste. Y todo había cambiado, salvo el baño sucio y la alarma del congelador y la música a las tres de la mañana.
De nuevo en Norwich. Acabo de descubrir que al muñeco que cuelga de mi mochila le falta un pie. Me pregunto dónde lo ha perdido. Ha visto muchos sitios conmigo y le quedan muchos más por ver. En septiembre partirá para Canadá y tendrá que abrigarse para no desaparecer bajo la nieve... Y creo que a veces se pregunta por qué, por qué debe despertarse todo el tiempo en países diferentes, cambiar sus horarios, cambiar las monedas, cambiar el idioma. Creo que a veces desea dejar de correr y descansar un poco, para no perderse del todo, para conservar el resto de su ser intacto. Se pregunta si realmente los lugares son tan diferentes y qué es lo que desea encontrar en ellos. Pero no sabe la respuesta. Cierra los ojos, intenta dormir, y sigue colgando de mi mochila, esperando que yo le arrastre de un lugar a otro.
viernes, abril 15, 2005
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