Hace muchos muchos años, W. H. Auden escribió un poema titulado "September 1, 1939". Como podéis imaginar, era un lamento por el comienzo de la Segunda Guerra Mundial. Decía que todos somos responsables de la situación mundial, porque el ser humano está demasiado preocupado por sí mismo y muy poco por los demás. El amor universal, la cooperación, era la única respuesta.
La penúltima estrofa del poema terminaba con el verso "We must love one another or die".
Poco después, revisando el texto, cambió esta línea por "We must love one another and die", ya que ni siquiera el amor puede vencer a la muerte. Más tarde, eliminó la estrofa entera y después prohibió la reedición del poema. Afirmaba que era deshonesto.
Curiosamente, es uno de sus poemas más conocidos. Durante los últimos años ha tenido mucha difusión, tras el 11-s y el comienzo de la guerra de Irak. Nuestra profesora de poesía nos preguntó por qué. Qué tiene este poema de especial. Por qué la gente sigue recitándolo aunque trate de un conflicto de hace más de medio siglo.
¿Por qué? Porque todos, como Auden, pasamos por las mismas etapas.
Al principio es "We must love one another or die". El amor nos conforta en tiempos de dificultad. Tenemos esperanza. Queremos creer que las cosas se arreglarán, que algo cambiará, que nada está escrito.
Después admitimos que la verdad es "We must love one another and die", porque por mucho que luchemos por hacer mejor este mundo o nuestras vidas, la realidad es que siempre habrá problemas, fuerzas superiores a nosotros contra las que no podemos hacer nada. Ni siquiera el amor puede defendernos de una guerra, de una enfermedad, de la muerte, pero hace nuestras vidas más llevaderas, más auténticas.
Más tarde, perdemos fuerzas y preferimos no pensar en eso. Seguimos viendo el mundo a nuestro alrededor, pero ya no queremos preguntarnos cuáles son nuestras opciones, qué va a pasar, si estamos en control de nuestras vidas. Elegimos observar y no preocuparnos.
Por último, cerramos los ojos. Incluso la mera observación es demasiado. Porque nos muestra la realidad. Porque es brutalmente real. Porque no es un sueño. Porque lo que vemos, está ocurriendo de verdad y nosotros no estamos luchando para cambiarlo. Y cerramos los ojos y ya no sabemos qué sucede. Qué nos sucede a nosotros mismos o qué sucede en el mundo.
Y entonces todo desaparece. Y queda la verdad que nos atormentó en un principio. La muerte. No hemos escapado de ella. Nuestro miedo sólo ha consegido precipitarla.
Todos somos fantasmas, incapaces de oír los gritos que todos los demás lloran.
sábado, marzo 12, 2005
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)

No hay comentarios:
Publicar un comentario