Es lunes 13. Son casi las siete de la tarde. Afuera hace mucho sol, pero un viento huracanado se ha despertado y ha estado a punto de secuestrarme y llevarme con él a paisajes desconocidos.
Hoy he descubierto que ya he terminado el tercer curso de Filología. La profesora responsable de las becas Erasmus ha convalidado Creative Writing por Applied Linguistics, es decir, poesía por lingüística. Y así, por sorpresa, ya soy diplomada. Sé que me quedan dos años más para terminar la licenciatura, pero ya he conseguido algo.
Es 13 de junio y ya es verano y todavía no sé qué hacer. Puedo trabajar en sitios diferentes, ir a conciertos, viajar, trabajar como voluntaria, dormir, escribir, tomar el sol, escuchar música con los ojos cerrados, abrazar a todos mis amigos, comer helados y tartas rusas con una gran sonrisa, dar paseos y hacerme heridas en los pies con las sandalias, leer todos los libros que duermen en mis estanterías, soñar y soñar y terminar mi silla de los sueños. Puedo hacer lo que yo quiera, lo que yo decida... Es... ¿Qué es? ¿Cómo es? Terrorífico.
Podría decir que lo más probable es que trabaje en el mismo bar del año pasado y que vaya a un festival en agosto, pero hay tanto más. Tantas posibilidades. Ayer lloré porque un niño ficticio en una serie televisiva moría de leucemia. No lloré por él, sino por los miles de niños que mueren de verdad, no sólo de leucemia, sino de hambre, de abusos, de sida, y no sólo niños, sino también adultos y ancianos. Y sé que todos debemos morir en algún momento, pero parece injusto que algunos mueran tras una existencia de no haber vivido jamás, de conocer sólo el sufrimiento. Y me siento impotente, porque no puedo remediarlo, porque no tengo medios suficientes como para transformar este mundo en algo mejor. Y, sin embargo, tantas posibilidades aparecen en mi camino... Si aprovecho algunas de ellas y consigo provocar más sonrisas que lágrimas, entonces, en parte, habré triunfado.
lunes, junio 13, 2005
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