jueves, febrero 17, 2005

POO TEE WEET?

Acabo de regresar de Londres. El examen de inglés que iba a durar cuatro horas ha durado sólo una hora y tres cuartos, así que he tenido tooooda la tarde para pasear. Ya que estaba en Londres, he aprovechado. Me he tomado dos wraps (uno de aguacate y otro de queso y judías, mmm), he caminado durante varias horas y he entrado al Tate Modern (bendita Inglaterra, donde los museos son gratuitos).
La Tate Modern Gallery es uno de los museos "raros" de Londres. En su colección permanente hay obras de Picasso, Matisse, Giacommeti, Mondrian, Magritte... Como buen museo "raro" atrae no sólo a los turistas, sino también a los artistas en potencia o de boquilla, y a la gente "rara" en general: diferentes sombreros de colores, ojos pintados de negro, esqueletos descarados, cuello estirado, misterioooo... Con toda la tarde por delante y mi lector de MP3 sin pilas, decidí pasear por el museo y observar a la gente.
En una de las primeras salas en las que aterricé se estaba proyectando una película. The Nature of Our Looking, de Gilbert y George. Cuando llegué justo estaba terminando, así que me senté tranquilamente y empecé a verla desde el comienzo. Película británica de 1970, muda, en blanco y negro, con música de piano de fondo. En pantalla, dos hombres mirando el paisaje prácticamente inmóviles (los momentos de máxima tensión son cuando George -o Gilbert- cambia la posición de su pie y parpadea o cuando Gilbert -o George- da una calada a su eterno cigarrillo). Dieciocho minutos de inmovilidad. Al principio de la película, muchas personas estaban en la sala. Pero la mayoría aguantó sólo tres minutos y huyó, siendo sustituidos por más personas de tres minutos. Eso me hizo reflexionar. Se supone que la película era una sátira de la obsesión británica con la naturaleza, pero tal vez sea una reflexión algo más profunda. Los personajes de la película, esculturas vivas, observan el paisaje, sin moverse, esperando a que suceda algo, algo, algo diferente. Los espectadores también suelen esperar, en vilo, a que suceda algo... algo emocionante, y si no sucede, abandonan la sala. Los personajes no abandonaron la espera del paisaje y yo no abandoné la sala hasta el final de la película. Pero, ¿esperaba que sucediese algo? No, pero supongo que lo más importante es el proceso en sí. El resultado, el algo diferente o emocionante, no es tan hermoso o importante como la espera. Y todas esas personas de tres minutos, ¿cuánto tiempo dedicarán al algo diferente si en algún momento lo encuentran?
En otra sala, había una película sobre una madre pegando y abrazando a su hija. Había movimiento, gritos. Mucha gente en la sala. Una pareja asiática hablaba en ruso. Yo huí antes de los tres minutos.
En la siguiente sala, otra película. Mucha mucha gente. Todos emocionados. Se llamaba Still Life, de Sam Taylor-Wood. En la pantalla, una cesta con fruta y un bolígrafo. Poco a poco, la fruta se va pudriendo. Al final, el bolígrafo permanece inalterable, pero las manzanas, melocotones, naranjas y ciruelas son una masa pardo-negro-verdosa. La película duraba 3 minutos y 44 segundos. La gente miraba la descomposición de la fruta y supongo que pensaba en la inevitabilidad de su propia muerte, mientras que el bolígrafo (arte, cosas inanimadas, naturaleza, aire...) permanecerá siempre joven.
La muerte solía ser un tema tabú hace tiempo y nadie quería admitir el hecho de que todos tendremos que morir. Parece que ahora lo hemos asumido. Lo que aún nos queda por aprender es que ese largo camino hacia la muerte, en el que permanentemente nos hallamos buscando algo diferente y emocionante, algo que de sentido a nuestra existencia, puede que sea el sentido en sí... que ese algo no exista, que no exista nada.

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