Es miércoles, las dos de la tarde. La nieve se ha derretido y escucho a Nina Simone. Un mexicano habla conmigo por Internet. Le gustó mi alias y ahora dice que seguramente nos hayamos conocido en otra vida, en el siglo XIII o XIV, cuando yo era una princesa. Dejo que escriba y sus clichés y frases empalagosas me molestan sólo un poco. En realidad me alegro de estar hablando con un desconocido. Alguien que sabe que existo.
Ahora habla del destino. Y yo no creo en el destino. Creo que cada uno de nosotros es responsable de sus errores y pérdidas. Me gustaría poder culpar a alguien o a algo por todas las cosas que han ido mal en mi vida, por todo lo que no me permite estar a gusto. O que alguien me asegure que todo sucede por un motivo. Que en el futuro todo habrá merecido la pena. Que cada lágrima habrá servido para crear algo. Pero no hay nadie que pueda asegurarme eso, que pueda mostrarme un futuro mejor. Porque yo soy la responsable de mi vida, de llevarla en una dirección u otra. Y parece que me gusta caer en todos los charcos, chocar con todas las esquinas y caminar sin pausa sin llegar jamás.
Quiero regresar ya a Madrid y conocer a mis peces y dormir bajo mis mantas. Seguramente cuando lleve allí dos semanas volveré a estar impaciente por marcharme, pero por lo menos la soledad parece más llevadera allí.
miércoles, noviembre 30, 2005
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)

No hay comentarios:
Publicar un comentario