
En Madrid hasta el domingo, después de un viaje por Andalucía con Dario lleno de personas interesantes, casas hermosas, playas llenas y anécdotas continuas.
Estuvimos en Cádiz, Sevilla, Ronda y Málaga. Nos quedamos en el albergue de un loco ecologista que chapurreaba todos los idiomas y pronunciaba mi nombre con una O muuuuy larga. Dormíamos en la terraza, en unos colchones que colocamos bajo las planchas solares. Era hermoso. Por las mañanas desayunábamos pan integral con mermelada casera de naranja y limón. Íbamos a la playa y comíamos fruta. Un francés intentó echar un encantamiento de negatividad a Dario, pero sólo consiguió miradas divertidas. Conocimos también a Thomas, un alemán que hace unas semanas decidió dejar su trabajo y su país para ser libre. Ha viajado por toda la costa española y ahora espera un vuelo a las Canarias, un vuelo sin retorno. Hablamos de religión y filosofía, de decisiones vitales. Ellos tomaron chocos y adobos en la plaza de la Catedral. Vimos el Carnaval. También la feria en Málaga. Podría contar tantas cosas. Parece como si hubiésemos estado allí toda una vida. Una buena vida.
Ahora debo hacer las maletas, tomar un avión, ir al otro lado del océano. Tengo tantas ganas de conocer New York, de disfrutar de la nieve en Ottawa. Pero de nuevo vienen las dudas y las tristezas. Hoy he comprado un acuario para mi padre. Me hace mucha ilusión ir a comprar los peces con él y ponerles nombres. Después ellos se quedarán aquí y yo me iré.
Noelia ha cogido hoy un vuelo para Suiza y no podremos despedirnos. No la volveré a ver hasta el final de diciembre. Tal vez a Dario tampoco. Cuatro meses. Tal vez pasen deprisa.
De nuevo otro lugar, otras personas, otra habitación, otras oportunidades. No sé qué digo o escribo. Veo una película italiana ambientada en San Petersburgo. Echo de menos tantas cosas.

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